Presentación

En tiempo de Jesús, la ley prescribía en Levítico que toda mujer debía presentarse en el templo para purificarse a los cuarenta días que hubiese dado a luz. Si el hijo nacido era varón, debía ser circuncidado a los ocho días y la madre debería permanecer en su casa durante treinta y tres días más, purificándose a través del recogimiento de la ofrenda y la oración.

Según Lucas, donde en los primeros capítulos nos habla sobre la infancia de Jesús, la revelación del Espíritu Santo tuvo lugar no sólo en la anunciación y en la visitación de María a Isabel, sino también en la Presentación del niño Jesús en el templo. Es este el primero de una serie de acontecimientos en la vida de Jesús en que se pone de manifiesto el misterio de la encarnación junto con la presencia operante del Espíritu Santo.

Escribe el evangelista que "cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor. La presentación del primogénito en el templo y la ofrenda que lo acompañaba. Según Lucas, el rito realizado por los padres de Jesús para observar la Ley fue ocasión de una nueva intervención del Espíritu Santo, que daba al hecho un significado mesiánico, introduciéndolo en el misterio de Cristo como redentor. La persona elegida para esta nueva revelación fue un santo anciano, del que Lucas escribe: "He aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo". El lugar fue en la ciudad santa, en el templo donde permanecía toda la historia de Israel y donde descansaba las esperanzas fundadas en las antiguas promesas y profecías.

Aquel hombre, que esperaba "la consolación de Israel", es decir el Mesías, había sido preparado de modo especial por el Espíritu Santo para el encuentro con "el que había de venir", estaba en él el Espíritu Santo, es decir, actuaba en él de modo habitual y "le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor" 

Según Lucas, esa espera del Mesías, llena de deseo, de esperanza y de la íntima certeza de que se le concedería verlo con sus propios ojos, es señal de la acción del Espíritu Santo, que es inspiración, iluminación. Por eso el día en que María y José llevaron a Jesús al templo, acudió también Simeón, "movido por el Espíritu" . La inspiración del Espíritu Santo no sólo le preanunció el encuentro con el Mesías; no sólo le sugirió acudir al templo; también lo movió y  una vez llegado al templo, le concedió reconocer en el niño Jesús, hijo de María, a Aquel que esperaba.

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