Sobre montes y valles.

 Sabes, Jesús cruzó los lugares mas valles de la región de Palestina, incluso nació en uno de esos pueblitos, donde ni siquiera le ofrecieron un lugar habitable, más que un techo donde las lumbreras del firmamento resplandecían entre las sombras. Al crecer, tampoco se presentó con obstentosidad, más bién como uno más entre el polvo y las maderas, pero El fue más que un carpintero; porque toda la introducción de su vida fue solo un muestrario de liderazgo y humildad.

Tal vez su identidad hubiese sido más creíble sí llegaba como un príncipe de la línea monarquica pero no era lo que el deseaba representar. Para el es imposible contradecir su carácter piadoso, por eso decidió venir entre los desválidos, pobres y enfermos, para levantar, restaurar y transformar; muy por el contrario de lo que la cultura colectiva enseña. Aun así no pasó desapercibido entre los imperialistas de ese entonces, porque su poder lograba hacer lo que ellos nunca habían visto. El caminaba entre los miserables, pero subía a los montes para recibir fortalezas de su Padre.

En los montes, se refugiaba y descansaba. Subía para sumergirse en la profundidad de su esencia en comunión con el Padre y el Espíritu. A veces disertaba enseñanzas y sermones a las multitudes desde esos lugares, con una autoridad que hacía temblar a la comunidad de reyes, sacerdotes y fariseos. ¿Como un hombre tan simple introduciría una revolución de pensamientos distintos a lo que ellos conocían y establecían? No deseaban creer que ante ellos estaba el mismo Dios del que tanto hacían alusión. Simplemente un mortal no podía ser Dios, por eso lo llevaron hacia su propósito, para desgarrar su piel, romper sus huesos, hasta el cumplimiento. Porque ahí mientras su ojos desfallecían en una cruz, el alma ciega de la humanidad despertaba hacia la eternidad.



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